lunes, 26 de abril de 2010

DE MI RELACIÓN CON EL TAROT


Por Cristina:

Como todo lo que acaba siendo importante en nuestra vida, al menos en la mía, me encontré con el mundo del Tarot como un hecho poco importante, algo así como un encuentro en una esquina un lunes cualquiera a las cuatro de la tarde.

Tenía 14 años y un amigo me las mostró, probablemente fue una estrategia para ligar…
acompañaban por aquel entonces a un mundo, el mundo de la magia, misteriosa, prohibida y seductora.
Una magia un poco de pacotilla que se quedaba en lo superficial, la apariencia y la belleza del entorno más que en la belleza real para la cual debería pasar muchos años antes de poder cultivar mi sensibilidad hacia ella.
Quince años más tarde, acabé viviendo con “ese” amigo 13 años, ¡realmente su estrategia funcionó!
De hecho ese período fue un escalón que ahora veo necesario, un incentivo que me permitió acceder a estadios más profundos y enriquecedores.

Poco después, formé parte de un grupo de parapsicología al cual accedí a través de un amigo estudiante de periodismo.

JC era un súper fanático de los cómics que en aquel momento eran pura vanguardia y también adicto a todo lo extraño, vamos un Madler de la época. En el grupo de parapsicología había un prestidigitador, él como una experiencia más del grupo, nos llevó a casa de Marita

Ella, de unos sesenta y tantos, vivía de una forma un tanto “peculiar” aún ahora con el paso del tiempo y de las extravagancias que he vivido, sigo pensando que es realmente uno de los personajes, junto con el “General”, más peculiares que he conocido, hasta el momento…

Vivía en la Calle de la Luna, en el número 13, para más inri, del barcelonés barrio del Raval, en un entresuelo lúgubre, oscuro y sucio.
Vivía sola con dos perros a los cuales no sacaba nunca a la calle, de hecho ella, no salía nunca a la calle.
A veces los que la íbamos a verla, incluidos los clientes, nos apiadábamos de los animales y les dábamos algún que otro paseo, los pobres andaban perdidos con la luz del sol, ya que ella mantenía la casa en la más absoluta penumbra perdiendo la noción de la hora, incluso del día-noche…
Era habitual que pasaran clientes en las horas más insospechadas, todos eran bien recibidos mientras llevaran algo de vino y un paquete de Celtas con filtro, recibía a la gente, en la cama y siempre con las mismas sabanas mugrientas, y allí sobre esas sabanas echaba las cartas, vivía de eso, pero a veces, según su estado de embriaguez, literalmente las echaba, y lloraba, insultaba a la gente e igualmente los echaba de su casa…
Pero eso lo fui viendo poco a poco, a medida que fue una constante en mí vida el irla a visitar.

La visitamos por primera vez con el grupo un domingo por la tarde y fue tanto el impacto que me causó cuando sacó su mazo y empezó a pronosticar futuros y verdades calladas que la mañana siguiente volví sola a visitarla con la intención de que me enseñara a leer lo que entonces para mí solo eran las Cartas.

Llame al timbre de su puerta con una cierta aprensión, ya que una parte mental mía me estaba advirtiendo que no era muy “normal” todo aquello, pero, allí estaba yo, con quince años llamando a la puerta de una echadora de cartas un tanto loca en aquel barrio de perdición de Barcelona.
Me hizo repetir varias veces a través de la puerta quien era, al parecer no recordaba nada de la tarde anterior, abrió un poco la rendija de la puerta y vi aquella melena grisácea larga hasta media cintura con sus ondas al aire y una camiseta por encima de sus bragas que dejaba entrever un vientre hinchado como si estuviera embarazada de 6 meses, estuve a punto de echar a correr escaleras abajo, pero ya era tarde…
Me agarró del cuello y me abrazo…
¡Como pudo haber cambiar mi vida si en aquel momento no se me tira al cuello y me estira hacia dentro de su casa!
Apagó la luz del recibidor y me dijo que entrara hacia su habitación de la que salía una tenue luz, ella andaba a mis espaldas y supongo yo, que debió resbalar por algún desecho de los perros que hacían sus necesidades donde podían y en un momento oí un ruido detrás de mí y sentí sus manos huesudas agarrarse a mis tobillos…
No veía nada y ella clavaba sus uñas en mis pies… estuvimos un largo rato gritando las dos, ella de dolor, yo de puro pánico…

En las lecturas de Marita había siempre un aire teatral y trágico, no se cortaba un pelo en romper piernas y pronosticar muertes y amores siempre pasionales, a los que luego ofrecía solución vendiendo alguna que otra vela, o alguna hierba…
Aunque fuera tabaco que había sacado de un cigarro…
Eso sí, envuelto tan misteriosa y sabiamente que podía ser un remedio muchísimo mejor que cualquier producto de farmacia.

Entre escenas surrealistas con los clientes, con el novio de aquel entonces, que me acompañaba a escondidas de mi madre, que por su parte se enteró de que iba a una casa a aprender a tirar las cartas en el barrio de las prostitutas baratas, empecé mis andares entre las cartas y el Tarot.

Pero todo lo que empieza, por suerte o por desgracia acaba, tras un viaje, ¡cómo no! surrealista a Ibiza, el país donde los “hippies” parecían que se habían hecho la cirugía estética en el barco que los traía porque todos eran muy rubios, muy delgados y con los ojos muy azules, Marita se trasladó a vivir a Valencia, yo me separé de mi novio y puse agua en medio y me fui a vivir a Menorca y creí que había aprendido a leer las cartas…

Pasaron los años y aunque cayeron en el olvido, aquella baraja que me regalaron con la compra de un libro de Tarot, siempre me acompañaban dentro de su funda marrón, a mi lado pero sin mí…
Hasta que no recuerdo el momento en que el loco se revolvió y le dio un puntapié al mago, este pinchó a LA PAPESA que abrió el esplendor de la emperatriz…
De eso ya hace también muchos años, más de veinte… aunque entonces supongo que mi nivel de consciencia había crecido algo, porque empecé a mirar al Tarot en vez de las cartas “con monitos pintados” y a intentar desentrañar su significado…

Primero busque su orden… sus colores… empecé a aprender a mirar…tuve maestros y amigos que me ayudaron…
Escogí baraja, la primera elección para una correcta lectura, al principio alguien me regalo una baraja de Waite y me pareció que se me había abierto el cielo, con sus figuras tan claras, pero al cabo de un tiempo me di cuenta que como mínimo faltaba media baraja, luego me enteré que era mucho más, que hay cartas en esta baraja enteramente buenas o enteramente malas… perdiendo toda la profundidad humana.

Descubrí, que una de las principales “gracias” del Tarot, es que nada es absoluto, nada blanco, nada negro, solo pasos necesarios en el proceso, momentos LA FUERZA, puede abrir o cerrar la boca del león, y, a veces se ha de abrir la boca y a veces se ha de cerrar.
Nada es absolutamente negativo, nada es absolutamente positivo, depende…

Y, un día tope con las cartas restauradas del Tarot de Marsella por Jodorowsky y Camoin, ahí, comencé a entender algo más de un viaje, que espero finalizar cuando con mi MUNDO, caiga en la caja.


Cristina.

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